CARTA APOSTÓLICA “DESIDERIO DESIDERAVI”
El Santo Padre ha enviado una Carta Apostólica al Pueblo de Dios sobre la Liturgia que es una dimensión fundamental para la vida de la Iglesia. Con esta carta desea compartir con nosotros algunas reflexiones sobre la Liturgia, la carta en sí es muy extensa y por lo tanto, merece una atenta consideración en todos sus aspectos, sin embargo, con este escrito no se pretende tratar la cuestión de forma exhaustiva sino más bien, nos quiere ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana, también para recordar el sentido profundo de la Celebración Eucarística que surgió del Concilio e invitar a la formación litúrgica.
El 29 de junio del presente del presente, el Papa Francisco publicó “Desiderio Desideravi”, que desarrolla en 65 párrafos los resultados de la Asamblea Plenaria del Dicasterio para el Culto Divino de febrero de 2019 y sigue el Motu Proprio “Traditionis Custodes”, reafirmando la importancia de la comunión eclesial en torno al rito que surgió de la Reforma Litúrgica Posconciliar. Como mencioné recientemente, el escrito no se basa en una nueva instrucción o en un directorio con normas específicas, sino más bien se basa en una meditación para comprender la belleza de la celebración litúrgica y su papel en la evangelización. El Santo Padre termina con un llamamiento: “Abandonemos la controversia para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia; conservemos la comunión y sigamos asombrado por la belleza de la Liturgia” (65).
El Papa Francisco escribe, la fe cristiana es un encuentro con Jesús vivo o no lo es y la liturgia nos garantiza la posibilidad de ese encuentro. No necesitamos un vago recuerdo de la Última Cena; necesitamos estar presentes en esa Cena. Recordando la importancia de la Constitución del Vaticano II “Sacrosanctum Concilium”, que condujo al redescubrimiento de la comprensión teológica de la liturgia, el Pontífice añade: “Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia, no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reduccionista de la su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de una visión ideológica, sea cual sea” (16).
El romano Pontífice después de haber advertido contra la “mundanidad espiritual”, el gnosticismo y el neopelagianismo que la alimentan, afirma que estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia y nos recuerda que la liturgia es, por su propia naturaleza, el antídoto más eficaz contra estos venenos haciendo referencia a una liturgia en su sentido teológico y no como un ceremonial decorativo o un mero conjunto de leyes y de preceptos que ordena el cumplimiento de los ritos.
Para que sea eficaz este antídoto, es necesario redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana, pero este redescubrimiento no consiste en la búsqueda de un esteticismo ritual, tampoco con esta idea, el Santo Padre, no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado; más bien el papa nos aclara que hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece.
Sin embargo, aunque la calidad y la norma de la acción celebratoria estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena” (23). En efecto, si “falta el asombro por el Misterio Pascual” presente “en la concreción de los signos sacramentales, podemos correr el riesgo de ser verdaderamente impermeables al océano de gracia que inunda cada Celebración” (24). Este asombro, aclara el Papa Francisco, no tiene nada que ver “con la humosa expresión “sentido del misterio”: a veces entre las supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica está también la de haberla eliminado de la celebración. El asombro del que habla el Papa no es una especie de desconcierto ante una realidad oscura o ante un rito enigmático, sino al contrario, asombro ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos ha sido revelado en la Pascua de Jesús (25).
¿Cómo, entonces, recuperar la capacidad de vivir la acción litúrgica en su plenitud? Ante el desconcierto de la posmodernidad, el individualismo, el subjetivismo y el espiritualismo abstracto, el papa nos invita a volver a las grandes Constituciones Conciliares, que no pueden separarse unas de otras. Y escribe que “sería banal leer las tensiones, lamentablemente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre distintas sensibilidades hacia una forma ritual. El problema es ante todo eclesiológico” (31).
Citando al teólogo Romano Guardini, el Papa Francisco afirma que, sin formación litúrgica, “las reformas en el rito y en el texto no ayudan mucho” (34). También subraya la importancia de la formación, en primer lugar, en los seminarios: “Un enfoque litúrgico-sapiencial de la formación teológica en los seminarios tendría ciertamente efectos positivos también en la acción pastoral y advierte que no es auténtica una celebración que no evangeliza, como no lo es un anuncio que no conduce al encuentro con el Resucitado en la Celebración. Por lo tanto, sin el testimonio de la caridad, ambos son como un metal que resuena o un címbalo que retiñe”.
Es importante educar en la comprensión de los símbolos, que es cada vez más difícil para el hombre moderno, prosigue el Papa. Una forma de hacerlo es, sin duda, cuidar el arte de la celebración, que no puede reducirse a la mera observancia de un dispositivo de rúbrica, ni puede pensarse en una creatividad imaginativa, a veces salvaje, sin reglas. “El Rito es una norma en sí mismo y la norma nunca es un fin en sí mismo, sino que está siempre al servicio de la realidad superior que pretende salvaguardar” (48). El arte de celebrar no se puede improvisar, no se aprende por asistir a un curso de oratoria o de técnicas de comunicación persuasiva, sino que requiere una diligente dedicación a la Celebración, dejándose que la misma Celebración nos transmita su arte. Entre los gestos rituales propios de toda asamblea, ocupa un lugar de absoluta importancia el silencio, símbolo de la presencia y la acción del Espíritu Santo que anima toda la acción celebrativa que mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión; suscita el deseo de conversión, suscita la escucha de la Palabra y la oración, prepara para la Adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El Papa Francisco señala que los gestos rituales pertenecen a toda la asamblea, cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es siempre nueva en nuestra vida; en efecto, nos señala con un sencillo ejemplo “Nos arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para agradecerle un don recibido: es siempre el mismo gesto, que expresa esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en diferentes momentos de nuestra vida, modela nuestra profunda interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos” (53)
El arte de celebrar concierne a toda la asamblea y por lo tanto, los ministros ordenados tienen el deber de cuidarlos; resalta que la forma de vivir la Celebración en las comunidades cristianas está condicionada, para bien o, por desgracia, también para mal, por la forma en que su Pastor preside la asamblea. Y enumera varios modelos de presidencia inadecuada, aunque sean signos opuestos: rigidez austera o creatividad exasperada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; velocidad precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática. Todos estos modelos tienen una misma raíz: un personalismo exasperado de estilo celebratorio que expresa a veces una manía de liderazgo mal disimulada. No son estas las actitudes más extendidas, pero la asamblea es objeto de maltratos frecuentemente.
El Santo Padre hace recordar especialmente a los ministros ordenados la importancia de una buena y verdadera celebración y recalca diciendo, que el presbítero está llamado a desempeñar, éste no es, primariamente, una tarea asignada por la comunidad, sino la consecuencia de la efusión del Espíritu Santo recibida en la ordenación, que le capacita para esta tarea. “El presbítero también es formado al presidir la asamblea que celebra y para para que este servicio se haga bien , con arte, es necesario que el presbítero tenga ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra”. (57)
El Papa finaliza la Carta apelando a todos los Obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de seminarios, a los profesores de facultades de Teología y a todos los catequistas, a ayudar al Santo Pueblo de Dios a sacar de lo que ha sido siempre la fuente primaria de la espiritualidad cristiana, reafirmando lo establecido en “Traditionis Custodes”, para que la Iglesia eleve, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad” y esta única oración es el Rito Romano, que surgió de la Reforma Conciliar y fue instituido por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II.
Autor: Arnaldo Andrés Arévalos Medina
Curso: Tercer año de la etapa Configuradora
Diócesis: Obispado de las FF. AA. y Policía Nacional