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Encarnar el amor a Dios en el servicio al prójimo

“El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir” (Mt 20, 28). Hay dos verbos que siempre tienen que ir juntos “Amar y Servir”. Estos verbos deben ser como las dos alas de un cristiano, porque el que no ama no puede servir. No puede amar ni mucho menos servir a Dios ni al prójimo, es más, siempre va a querer sacar ventaja de los demás, es decir no puede dar un amor y servicio de manera desinteresada.  Si una persona cristiana no quiere servir a Dios y al prójimo, el amor que dice tener se queda solo en teoría, en mera idealidad.  Por eso entonces podemos decir que una de las formas de manifestar el amor que tenemos es por medio del servicio.

Podemos afirmar que los ideales cristianos de amar y servir, enraizados en el evangelio, se concretan en el testimonio de vida, principalmente en actitudes concretas de lo cotidiano. Por ejemplo, en el caso de un sacerdote, al estar al servicio de Dios en su Diócesis, en obediencia al Obispo y en comunión con el clero, que es a su vez, la familia que Dios le regaló, tiene que estar motivado por el amor a Dios y a sus fieles y este amor se va a reflejar por medio del servicio desinteresado y la entrega total a su servicio pastoral; o en el caso de un laico, que se entrega totalmente al servicio; un catequista por ejemplo que no busca ninguna remuneración, por impartir la enseñanza sobre Dios y sobre la Doctrina de la Iglesia.

El servicio entregado fue una de las mayores manifestaciones de amor de parte de Cristo hacia nosotros. Desde que Jesús inició su ministerio público, después de su bautismo, se dedicó a predicar el Reino de los cielos, a sanar enfermos, a ayudar a los necesitados, preparar a sus discípulos, resucitar a los muertos y mucho más. Por tanto, el amor se manifiesta con hechos concretos y cotidianos.

El servicio de Jesús era constitutivo en su naturaleza, y dicho servicio fue tan legítimo, tan constante y tan extremo, que pronto se convirtió en sacrificio. En cumplimiento de la voluntad del Padre, Jesús decidió entregar su vida voluntariamente por todos nosotros, a pesar de que sabía que al final el precio sería la muerte. Su tiempo, su dedicación, su vida entera fueron dedicados a un propósito específico, a una misión única, que es la salvación de la humanidad. Por tanto, si nosotros los cristianos queremos seguir el camino de Jesús, tenemos que poner la camiseta del servicio, pero que se moje esa camiseta como la de los jugadores que dan todo de sí en la cancha.

¡Amar es servir!  El servicio a Dios y al prójimo nos sirve de puente para llegar a la salvación. Si servir es fruto del amor y el amor viene de Dios, y es un camino para llegar a Dios ¿por qué no vamos a querer servir? tal vez, por pereza, por desidia. Sin embargo, tenemos que ganar a esa pereza con el espíritu del servicio y la caridad, como dice el Papa Francisco “tenemos que ser inquietos no para obrar mal sino para obrar bien”, y si obramos bien, sirviendo a los más necesitados en la sociedad, estaremos seguros que seremos premiados por Dios aquí en la tierra, y más todavía en el cielo. Porque el Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.»(Mt25, 40).

Seminarista: Milcíades Gómez

Curso: Segundo año de la Etapa Discipular

Diócesis: Coronel Oviedo

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