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Lenguaje de señas: un modo de crear un camino sinodal

El lenguaje de señas es de gran importancia hoy en día para la vida de la Iglesia, especialmente para la del seminarista, porque bastante se ha dejado de lado a aquellas personas con capacidades diferentes, quienes se consideran rechazadas por no ver a la Iglesia como un lugar de acogida ni en ella personas acogedoras.

En este segundo semestre, el Seminario nos ha ofrecido la oportunidad de aprender el lenguaje de señas, curso abierto para aquellos que estaban predispuestos a estudiarlo. Para mí, y creo que también para mis compañeros, el principal objetivo de este estudio vendría más bien a ser el lograr que las personas con capacidades diferentes puedan sentirse acogidas en el seno de la Iglesia, teniendo personas con quienes la comunicación resulte efectiva, creando un ambiente propicio en donde la sinodalidad sea aplicada.

Como ya sabemos, en la gran diversidad latente en el género humano, existe una condición que tiene implicaciones en la creación de una cultura y lengua distintas. Hay muchas personas con dificultades para oír, es decir sordas, y al no escuchar, no adquieren la lengua oral de la mayoría de su entorno, y en el contexto latinoamericano, el español de las personas sordas es muy deficiente.

En ese sentido, ellos forman parte de una minoría lingüística que tiene una cultura distinta al entorno donde habitan. Así, una verdadera inclusión debe tener en cuenta las particularidades de cada comunidad. Con el transcurrir del curso, personalmente, me he dado cuenta de que, al consultar algunas tareas que la profesora nos daba en internet, cada país tiene su manera del lenguaje de señas, convirtiéndose en algo como un dialecto o el habla propia de cada región.

Es importante tener en cuenta de que las personas sordomudas tienen una lengua propia y que no es algo como un idioma que está lejos de nosotros, como sería por ejemplo el castellano y el chino, sino que es una lengua que está inmersa en cada sociedad, personas que nacieron en esa sociedad y que nos debería resultar imposible practicar la indiferencia con ellos. Esta lengua es ágrafa, es decir, no tiene escritura, es visual, gestual y espacial. Con esta lengua se comunican con sus semejantes y logran expresarse de la misma forma que lo haría un oyente con una lengua oral. La cuestión es que la mayoría no la conoce y, por lo tanto, no son incluidos en gran parte de los espacios que tienen como ciudadanos.

Por eso, a través de este curso nos estamos capacitando y preparando para poder entrar en el mundo de la lengua de señas, para poder tener un contacto más cercano con nuestros hermanos discapacitados y, además, al hacer de esta oportunidad un instrumento de la gracia, para evangelizar a nuestros hermanos, ya que el centro de este curso es poder demostrarles que son amados, acogidos y pueden ser partícipes dentro de la Iglesia y sentirse en la Iglesia.

Y partiendo de este contexto, a nivel comunitario nos encontramos en una crisis extremadamente grande hoy en día, pues los sordomudos sienten la necesidad de ser acompañados, y a eso estamos llamados como Iglesia. Ellos sienten que están excluidos de la sociedad y que ellos necesitan de nosotros como todos los demás, por eso, en nuestra identidad como seminaristas, nos corresponde aprovechar el tiempo de formación para que, aprendiendo, podamos comunicarnos con ellos, y así dar a conocer a Cristo y transmitir esa esperanza que Cristo ha traído, pues el Señor nunca ha excluido a personas como estas, puesto que nos ha dejado un testimonio en este pasaje del evangelio: «Le presentaron un sordo que hablaba con dificultad, y le rogaron que impusiera la mano sobre él. Jesús, apartándole de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Después levantó los ojos al cielo, dio un gemido y dijo: “Effatá”, que quiere decir “Ábrete”. Se abrieron sus oíos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente» (Mc 7, 32-35).

En fin, estamos muy convencidos de que a través de esta lengua estaremos transmitiendo la alegría del Evangelio de Cristo Jesús y así formar un solo cuerpo como Cristo nos pide, pues es deber del cristiano dar la apertura a aquellos hermanos con capacidades diferentes que nunca se sintieron parte de la Iglesia y que de ese modo realmente puedan escuchar la voz del Señor y sembrar su palabra en el corazón. La Iglesia necesita concientizarse de que necesitamos sacerdotes, laicos, consagrados, agentes sociales y pastorales que aprendan, que estudien, que se especialicen en el lenguaje de señas, pues en este tiempo en el que el papa Francisco nos llama a la sinodalidad, la emprenderemos mejor si nos dejamos guiar por las necesidades que el Espíritu Santo nos revela a diario.

Seminarista: Hugo Ariel Sánchez Irala.

Curso: 1er año de la etapa discipular.

Diócesis: Coronel Oviedo.

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