“QUE ESTUVIERAN CON ÉL”: IDENTIDAD DISCIPULAR DEL SEMINARISTA
Para el abordaje de este tema, cabe precisar la riqueza que se oculta detrás del término discípulo, que etimológicamente deriva del verbo latino discere (aprender), es decir, el que aprende o el que se deja enseñar.
En la antigüedad, era costumbre que los maestros inviten a sus discípulos a vincularse con algo trascendente por medio de la adhesión a la Ley de Moisés. Sin embargo, pareciera contradictorio que la enseñanza que nos propone Jesús, el Maestro, conlleve una gran novedad.
Así, en la convivencia con Jesús y en la comparación con los seguidores de otros maestros, sus discípulos descubren dos cosas originales en esta novedad. Por una parte, notan que no fueron ellos los que escogieron a su Maestro, fue Cristo quien los escogió. De otra parte, ellos no fueron convocados para algo sino para Alguien, mejor dicho, para vincularse íntimamente con su Persona.
Sintetizando, Jesús los eligió “para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”(Mc 3, 14), para que Lo siguieran con la finalidad de ser de Él y formar parte de los suyos participando así de su misión.
Con la enseñanza de la parábola de la vid y los sarmientos (cf. Jn 15, 1-8), Él nos revela el tipo de vinculación que ofrece y que espera de nuestra respuesta generosa a esta experiencia. Jesús no quiere una vinculación como siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor (cf. Jn 15, 15); Jesús quiere que su discípulo se vincule a Él como amigo y como hermano. Un amigo que ingrese a su Vida y la haga fluir en su propia existencia; y un hermano que sea capaz de participar de la vida del Resucitado, Hijo del Padre, por lo que Jesús y su discípulo comparten esta misma vida que procede del Padre, aunque la de Jesús por naturaleza y la del discípulo por participación.
Por esta misma participación, estamos llamados todos los bautizados a vivir el discipulado en la comunión con el Padre y con su Hijo muerto y resucitado, en la comunión del Espíritu Santo. Así, la dimensión constitutiva del discipulado es la comunión, puesto que “no hay discipulado sin comunión”(DA, 156), de modo que la vocación del discipulado sea una convocación a la comunión en su Iglesia.
Queda afirmada que la llamada a la experiencia del discipulado no es excluyente de la vida de ningún cristiano. No obstante, notamos que Jesús demuestra cierta preferencia en pos de la construcción del Reino de su Padre …llamó a los que Él quiso…, para que estuvieran con Él (cf. Mc 3, 13-14). No es forzoso entender el significado de estas palabras, esto es, el acompañamiento vocacional de los discípulos por parte de Jesús. Después de haberlos llamado y antes de enviarlos, Jesús les pide un tiempo de formación, destinado a desarrollar una relación de comunión y de amistad profundas con Él, que dedica a ellos una enseñanza más intensa que al resto de la gente, evidentemente.
Esta misma experiencia intensa fundamenta, solidifica y actualiza la identidad discipular de los seminaristas. La Iglesia, en todos los tiempos se inspira en este ejemplo de Cristo, el de promover y acompañar al sacerdocio a los que han sido llamados y llevarlos debidamente preparados mediante una respuesta consciente y libre a la adhesión completa a Jesucristo. En este sentido el seminario se convierte en una atmósfera que favorece y asegura el proceso formativo, de manera que, el que ha sido llamado por Dios, pueda llegar con el sacramento del Orden ser una imagen viva de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Se trata de que los seminarios puedan formar discípulos y misioneros enamorados del Maestro, pastores con olor a ovejas, que vivan en medio del rebaño para servirlo y llevarle la misericordia de Dios.
El documento de la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, sobre el don de la vocación presbiteral, dice al respecto: “Discípulo es aquél que ha sido llamado por el Señor a estar con Él, a seguirlo y a convertirse en misionero del Evangelio” (RFIS, 61) mostrando que se trata de una experiencia viva cuyo centro es la relación con Jesús.
Al ser el discipulado una experiencia viva, es preciso advertir acerca de las concepciones erróneas que tenemos sobre ello (el discipulado) principalmente quienes atravesamos esta etapa formativa. En primer lugar, fácilmente caemos en el error de limitar el discipulado a un tiempo determinado, que, si bien “requiere pedagógicamente una etapa específica, durante la cual se invierten todas las energías posibles” (RFIS, 62), dura toda la vida y comprende toda la formación presbiteral. Además, debemos comprender que la experiencia del discipulado trata de un camino de trasformación que implica a toda la comunidad, que nos permita superar toda barrera del aislamiento, aprovechando mejor y debidamente este camino. Finalmente, es propio de esta etapa el estudio de la filosofía, que debe ser llevado junto con el discipulado no de una manera aislada sino como las dos caras de una misma moneda, debido a que “lleva a un conocimiento y a una interpretación más profundos de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios” (RFIS, 158) asentando las bases firmes de nuestra razón y de nuestra fe.
Por último, es innegable que nos encontramos inútiles frente a la experiencia de discipulado que ha marcado desde siempre la espiritualidad de la Iglesia, y lo vemos testimoniado en la vida santa de tantos hombres y mujeres que se han dejado apasionar, conducir y acompañar por el Maestro, cuyo máximo ejemplo es la Virgen María, la discípula más perfecta del Señor, nuestro modelo y paradigma, quien con su ¡Sí! nos demostró el ejemplo más generoso del ser discípulo y nos llama junto con su Hijo a dar continuidad a esta experiencia que sigue tan viva.
Seminarista: Armando Andrés Franco Vivero
Curso: Segundo año de la Etapa Discipular
Diócesis: Coronel Oviedo