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Una mirada contemplativa a la Liturgia

El pasado 29 de junio de 2022, en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, el Santo Padre Francisco publica su carta Apostólica «Desiderio Desideravi» sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios. La Carta de Su Santidad está orientada a todos los fieles, consagrados y ministros sagrados de la Iglesia. Como el mismo Santo Padre lo menciona, en este documento no se da una nueva regla o rúbrica litúrgica, sino elementos de reflexión para llegar a la contemplación de la belleza y verdad de la liturgia cristiana.

Ante todo, la celebración litúrgica: es el «hoy» de la historia de la salvación. En el momento en que Cristo celebra la pascua con los apóstoles, estos no son conscientes del don que recibirían de Cristo, sin embargo, este don que recibirían no depende de ellos, sino enteramente del amor y la misericordia de Dios. El «Hoy» de la celebración litúrgica expresa la conmemoración del sacrificio de Cristo, esta vez de manera incruenta, a través de los signos sensibles que realizan lo mismo que Cristo en la Cruz. 

La celebración litúrgica es lugar del encuentro con Dios, pues, es Dios mismo el que se encuentra con la asamblea reunida para celebrar el Misterio Pascual de Cristo. No es un mero recuerdo de la última Cena, sino un encuentro con Cristo, que viene a nosotros en la Celebración Eucarística a través de los signos sensibles: el agua, el pan, el vino, el aceite, entre otros, pero, sobre todo, en la asamblea reunida.

Mediante el Bautismo la Iglesia se convierte en sacramento del Cuerpo de Cristo, esto pues, como lo expresa la tradición: «del costado de Cristo dormido en la cruz brotó el admirable sacramento de toda la Iglesia» (SC 5), esto es el bautismo, donde la persona se une de manera peculiar a la Iglesia, pues ya no es meramente una parte aislada, sino parte sustancial de la Iglesia, que se incorpora al cuerpo Místico de Cristo. De este modo, sin esta incorporación, no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios, pues solo se puede ofrecer el único y digno sacrificio si estamos unidos a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

Al retomar el espíritu teológico de la Liturgia propuesto por el Concilio Vaticano II, que exhorta, sobre todo, a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, que es el punto sustancial por el cual cada persona bautizada toma parte activa con su pertenencia y su respuesta sincera en la celebración eucarística, nos damos cuenta que la Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan.

El cristiano debe redescubrir diariamente la belleza de la verdadera celebración cristiana, en la que se expresa de manera perfecta el don de la salvación, recibido en la fe y celebrado en la liturgia. En este sentido se debe entender que la liturgia es ejercicio del sacerdocio de Cristo, que el sacerdote ha de expresar con sencillez, prudencia y belleza en la celebración de litúrgica, sin improvisaciones ni concepciones personales o mero ritualismo.

No se debe caer en un «esteticismo ritual», que se complace solo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado.

En esto se ha de expresar claramente: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, etc.) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena, pues esto ya depende de la plena conciencia que se ha de tener en la celebración litúrgica (cf. SC 41).

El asombro es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa. En los signos sacramentales se ha de vivir el asombro constante ante el misterio pascual, no como una expresión vaga del misterio, sino en la participación de la Pascua de Jesús. El misterio de Dios, manifestado en Cristo y vivido en la liturgia nos conduce desde el asombro a la adoración.

Es necesario encontrar cauces para una formación como estudio de la Liturgia: a partir del movimiento litúrgico, se ha de buscar la difusión del conocimiento litúrgico fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia. La configuración del estudio de la Liturgia en los seminarios debe tener en cuenta también la extraordinaria capacidad que la celebración tiene en sí misma para ofrecer una visión orgánica del conocimiento teológico. 

Para los ministros y para todos los bautizados, la formación litúrgica, en su primera acepción, no es algo que se pueda conquistar de una vez para siempre: puesto que el don del misterio celebrado supera nuestra capacidad de conocimiento, este compromiso deberá ciertamente acompañar la formación permanente de cada bautizado, con la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro y lleva al cristiano a la contemplación de Cristo presente en cada acción litúrgica.

La celebración adecuada exige un cuidado, un arte, tanto por parte de quien preside la celebración como de toda la asamblea que participa. Y esto, no por motivos estéticos sino teológicos: todos formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo. Hay que comprender y vivir el dinamismo de la acción litúrgica en sintonía con la acción del Espíritu Santo. Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa, siempre nueva. También el silencio va marcando la acción del Espíritu en la celebración. Se debe huir de los protagonismos, haciendo presente con obras y palabras al mismo Cristo, verdadero presidente de la celebración. Todo ha de estar imbuido de una profundidad sacramental.

Además, en el arte de celebrar no se puede improvisar. Cada sacerdote debe custodiar y crecer en la comprensión vital de los símbolos de la Liturgia, pues eso es, ciertamente, cuidar el arte de celebrar. Cada gesto y cada palabra contiene una acción precisa que es siempre nueva, porque encuentra un momento siempre nuevo en la vida.

En conclusión, el Papa Francisco, en su Carta, hace un llamamiento a todos los cristianos para que redescubran la centralidad de la liturgia y la vivan. La formación nos lleva a comprender y a valorar lo que celebramos, por encargo del mismo Jesucristo.

Seminarista: Felipe Agustín Mendieta Machuca.

Curso: 1er año de la etapa discipular

Diócesis: Caacupé

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